“Nadie podía imaginar que Cosimo Piovasco, hijo del barón de Rondó, iba en serio cuando, tras negarse a comer un plato de caracoles, se encaramó a un árbol y anunció solemne: “No bajaré nunca”. Consecuente hasta el final, el barón se pasará toda la vida entre las ramas y las copas de la cúpula arbórea de la región de Ombrosa que, por entonces, finales del s XVIII, conformaba un frondoso océano verde.
Esa lejanía, apenas unos metros, que le separa del resto de los mortales no le impedirá participar en la vida que le rodea. Más bien al contrario, el ágil Cosimo jugará con los ladronzuelos de la comarca, se enamorará de la marquesita Viola, aprenderá las artes – buenas y malas – de campesinos, caldereros y bandidos… A medida que vaya creciendo, azuzado por una curiosidad insaciable y una perenne pasión por la lectura, Cosimo se construirá su propio reino, lleno de caminos y refugios secretos. Se hará adulto e incluso podrá realizar su amor infantil con Viola. Intervendrá en cuantos sucesos acaezcan en la región: de la llegada de la francmasonería a las invasiones napoleónicas.”
Este es un fragmento de la novela «El barón rampante» de Italo Calvino, una de las joyas de la novela neorrealista. Este libro forma parte de una trilogía «Nuestros antepasados», que se completa con otros dos títulos » El caballero inexistente» y «El vizconde demediado». Originalidad, ironía y humor desde la primera a la última palabra.
Aunque ya ha pasado el Día del Libro desde aquí mi homenaje a Italo Calvino y su genial obra.
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